viernes, 10 de diciembre de 2010

HISTORIA DE NAVIDAD : LA VENDEDORA DE FOSFOROS (HANS CHRISTIAN ANDERSEN)

Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.

Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo. Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.

La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra. Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto. ¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes. Era el día de Nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña.

Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda. Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos. Sus manitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa! Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien!

Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla. Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared, se hizo tan transparente como una gasa. La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría.



Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico pesebre: era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios. Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, embelesada, levantó entonces las dos manos, y el fósforo se apagó. Todas las luces del nacimiento se elevaron, y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.
-Esto quiere decir que alguien ha muerto- pensó la niña; porque su abuelita, que era la única que había sido buena para ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces: "Cuando cae una estrella, es que un alma sube hasta el trono de Dios".

Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante.

-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento!

Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita, y los fósforos esparcieron una claridad vivísima. Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.

Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios. ¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser acurrucado allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo.

-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.

Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos

martes, 7 de diciembre de 2010

EL MILAGRO DE JESUS

Cuentos
De Navidad
Este cuento pasa en el siglo XVI en una de esas ciudades de Italia que gobernaba un tirano. Llamémosla a la ciudad, si queréis, Montenero, y a su tirano, Orso Amadei.
Orso era un hombre de su época, feroz, desalmado, disimulado en el rencor, implacable en la venganza. Valiente en el combate, magnífico en sus larguezas y exquisito en sus aficiones artísticas, como los Médicis, festejaba en su palacio a pintores y poetas y recibía en su cámara privada a los sospechosos alquimistas de entonces, que si no consiguieron fabricar oro, no ignoraban la fórmula de destilar activos venenos.
Cuando a Orso le estorbaba un señor, le atraía, jurábale amistad, comulgaba con él -¡horrible sacrilegio!- de la misma hostia, le sentaba a su mesa..., y en mitad del banquete el convidado se levantaba con los ojos extraviados y espumeante la boca, volvía a caer retorciéndose..., mientras el anfitrión, con hipócrita solicitud, le palpaba para asegurarse de que el hielo de la muerte corría ya por sus venas.
Con los villanos no gastaba Orso tantas ceremonias: los derrengaba a palos, o los dejaba consumirse de hambre en un calabozo.
Orso era viudo dos veces: a su primera mujer la había despachado de una puñalada, por celos; a la segunda, la única que amó, se la mató en venganza Landolfo dei Fiori, hermano de la primera. Ésta no había dejado hijos: la segunda, sí: una hembra y dos varones. Perecieron los varones en un oscuro lance militar, una emboscada que tal vez preparó el mismo Landolfo, y quedó la niña Lucía para continuar la maldita familia de Amadei.
Discurría ya su padre el príncipe con quién desposarla, cuando Lucía declaró que deseaba tomar el velo. Orso se desesperó, porque a su manera, adoraba a aquel último retoño de su raza; mas no hubo remedio; la voluntad de Lucía se impuso, y la niña entró en un monasterio de la Orden de Santo Domingo, en que había florecido Catalina, llamada Eufrosina, a quien el mundo venera hoy con el nombre de Santa Catalina de Siena.
La tierna juventud, la cándida belleza y la ilustre cuna de la hija del tirano aumentaron el asombro de su penitencia. En un siglo ya pagano renovó las duras penitencias de edades más fervorosas.
Su alimento era un puñado de hierbas cocidas; su cama, dos quilmas sin paja; su ropa interior, un burdo tejido de Cilicia que llagaba la delicada piel; y cuando se levantaba para orar, en las noches de enero, después de tomar una hora de descanso sobre las losas húmedas, que quebrantaban sus huesos todos, apenas podía sostenerse de debilidad y las palabras del rezo se confundían en su boca.
Porque Lucía, hija al fin de los Amadei, no había nacido para la mortificación y el dolor, sino para agotar las alegrías de la vida, para recrearse en el grato sonido del bandolín, en el armonioso ritmo de las estancias de los poetas, en la magia del color, en la dulce y misteriosa calma de los jardines, donde sonreía la eterna hermosura de las estatuas griegas y sólo el peso de ajenas culpas y el anhelo de la expiación la habían arrojado palpitante de angustia y de terror al pie de los altares, donde a cada minuto recordaba involuntariamente el mundo y sus goces.
Como Catalina de Siena, más de una vez se vio asaltada por tentaciones impuras y por imágenes engañadoras y burlonas; pero abrazada a la cruz, resistió heroicamente; lloró, se hirió las carnes y, al fin, conoció la victoria en la paz que descendía a su espíritu. Arrobos y dulzuras inexplicables sucedieron a los desfallecimientos, y Lucía se sintió consolada.



Llegó Navidad, aniversario de su profesión. Vino la Nochebuena acompañada de mucha nieve; pero cuanto más espeso era el sudario que cubría el huerto del convento, más calor notaba Lucía en su celda solitaria; una ilusión singular le mostraba, al través de los emplomados vidrios, que en lugar de copos de nieve llovían sobre las ramas de los árboles y sobre la dura tierra millares de azucenas nítidas, finas como plumas arrancadas del ala de los ángeles.
Sembrado de azucenas estaba todo, y la blancura del jardín despedía una claridad que alumbraba la celda con rayos de luna, más vivos y lucientes que la misma plata. De pronto, envuelto en olas de luz apacible, Lucía vio a un precioso Niño: una criatura que sonreía, que tendía los bracitos, y a quien la monja recibió enajenada en ellos.
-Esta noche -dijo el Niño amorosamente- he querido favorecerte, Lucía, y en vez de nacer en el pesebre, naceré en la celda donde tantas veces me has invocado.
Lucía permaneció algunos instantes fuera de sí: el favor era extraordinario y, en su humildad, no se creía digna de él. Apenas pudo recobrarse, juntó las manos y se postró implorando al Niño.
-Si quieres que sea dichosa tu sierva, Niño, mi Niño del alma..., concédeme lo que voy a pedirte. ¡Ah!, es cosa grande y difícil; pero si Tú no puedes realizar imposibles, ¿quién los realizará? Acuérdate de lo que he luchado, acuérdate de mis sufrimientos..., y en vez de nacer aquí, dígnate nacer en otro lugar oscuro, horrible, desolado...: el corazón de mi padre, Orso Amadei.
Halagando el Niño con sus manecitas el rostro de la penitente, la miró lleno de tristeza.
-¿Sabes lo que pides, Lucía? ¿Sabes que ese corazón donde pretendes que yo nazca es más duro que la piedra, más sangriento que el cadalso, más fétido que el sepulcro? ¿Sabes que para entrar allí tendré que apartar con mi cuerpo desnudo los espinos y los abrojos y las ponzoñosas hierbas, y sentir cómo se enroscan en mi cuello las víboras y cómo trepan por mis piernas los fríos reptiles? ¡Yo he sabido morir del modo más afrentoso; pero al tratarse de nacer, busqué dulzura y amor; nací entre sencillos pastores, no entre lobos carniceros! En fin, Lucía, ya que has combatido por mí, no he de negarte lo que deseas... ¡Esta noche, mi establo de Belén será el corazón de fiera de tu padre!
Al oír la promesa del Niño, Lucía experimentó tan súbito gozo, que no lo pudo resistir. Cayó inerte sobre las losas. La luz, la visión, el perfume de las azucenas, todo desapareció, y al través de los emplomados vidrios sólo se vio el huerto amortajado de nieve.
A aquella misma hora, Orso Amadei celebraba un festín en su palacio; mejor que festín hay que decir orgía. No era una cena donde los dichos agudos y las alegres historietas hiciesen volar las horas, y en que la presencia de las damas, incitando a la galantería, contuviese a la brutalidad. De estas cenas había dado muchas Orso; pero también gustaba de otras más desenfrenadas, a que sólo asistían sus capitanes semibandidos, sus bufones y sus familiares, gente cínica y perversa.
Si se mezclaba con ellos alguna mujer, era la infeliz juglaresa sorprendida en la plaza pública, y que, después de servir de ludibrio a los convidados, aparecía al día siguiente con el cuerpo acardenalado, medio muerta, arrojada en cualquier callejuela de la ciudad. Aquella noche, Ridolfi, uno de los capitanes de Orso, había anunciado mejor presa: justamente acababa de cazar a una joven muy linda, ¡peor para ella si andaba a tales horas por la calle! Alborotáronse los bebedores; Orso, riendo a carcajadas, ordenó que trajesen a la jovencita, que entró, empujada por los soldados, temblorosa, desgreñado el rubio pelo, y los hombres se engrieron al verla, porque era en verdad soberanamente hermosa.
Orso clavó en ella sus ojos impúdicos; tendió la mano, apartó los rizos de oro..., y asombrado se echó atrás; en la niña desvalida, dispuesta allí para ultrajarla, veía el rostro de su hija Lucía, las mismas facciones, las mejillas, la frente, sonrojada de vergüenza.
-Soltad a esa mujer -gritó Orso-. Que la acompañen a su casa con el mayor respeto. Que nadie le haga daño... ¡Ay del que toque un cabello de su cabeza! Que se la trate como a mi persona...
Los beodos, atónitos, obedecieron sin comprender. Continuó el festín; pero Orso, preocupado y sombrío, no apuraba la copa. Deseoso Ridolfi de animarle, hizo una seña, entendida al vuelo, y pocos minutos después, un preso moribundo de hambre fue traído a la sala del banquete. Solían divertirse en sacar de su mazmorra a uno de éstos, a quienes desde días antes privaban de alimento; sentarle a la mesa, ofrecerle algún exquisito manjar, y cuando iba a engullirlo, sollozando y aullando de contento, se lo quitaban de la boca y le vertían en ella la ardiente cera de los hachones que alumbraban la orgía.
El preso era joven, y Orso, bromeando, le tendió un plato de asado, humeante, y una copa de «Lácrima»; mas al verle de cerca, profirió una imprecación. Los ojos que le fijaban con doloroso reproche desde aquella extenuada faz de mártir, la boca que le daba las gracias, eran la boca y los ojos de Lucía, su propia mirada, que el padre no podía desconocer, mirada de reflejo cariñoso, luz del alma que busca otra luz igual.
-Que suelten a éste -mandó Orso-. Antes, dadle bien de comer cuanto desee. Y regaladle dos jarros de oro, y vino a discreción... Que se le trate como a mi persona... ¿Lo oís? ¡Cómo a mi persona!
Ridolfi, gruñendo, cumplió la orden. Casi al punto mismo en que salía el preso, se presentó en la sala del festín una mujer vieja, con un chiquitín en brazos.
-Piedad, gran señor -exclamaba-, piedad de la criatura que aquí ves. Este pequeño es el hijo de tu cuñado Landolfo dei Fiori, a quien aborreces, y unos soldados, por orden tuya, según dicen, le quieren estrellar contra el muro. Tú no puedes haber dado tan cruel orden, y yo le pongo bajo tu amparo.
Al nombre odiado de Landolfo, Orso se estremeció de furor, y desnudando el puñal, iba a atravesar la garganta del pequeño...; pero éste, apacible, le sonreía, y su sonrisa era la sonrisa encantadora, inolvidable, de Lucía cuando su padre la acariciaba, en los días de la niñez.
Orso, vencido, cayó de rodillas, y golpeándose el pecho empezó a acusarse en voz alta de sus pecados; porque Jesús, fiel a su promesa, acababa de nacer en aquel corazón más oscuro que el abismo infernal.
A la mañana siguiente, Orso recibió la noticia de que su hija había expirado a las doce en punto de la noche.
El tirano se ató una soga al cuello, recorrió descalzo las calles de la ciudad, pidiendo perdón a los habitantes, y, apoyado en un bastón, se alejó lentamente. Nunca se volvió a saber de él. ¡Dichosos aquellos en cuyo corazòn nace el Niño Jesùs !

sábado, 4 de diciembre de 2010

LOS REYES MAGOS

Su numero es muy discutido y la leyenda los cuenta, a veces, hasta con 2 cifras.  Fueron mas de 3 y hay quien asegura  que llegaron a ser 15. Sin embargo desde los primeros tiempos del Cristianismo solo se habla de 3 Reyes Magos, y se les describe como: Melchor: un ancianito de larga barba.
Gaspar : el mas joven de los 3,
y Baltazar : de piel oscura y espesa barba.
Cuenta la leyenda que los magos llevaron: oro, incienso, y mirra al niño Jesus. Pertenecian a una casta sacerdotal, eran estudiosos de las ciencias en especial de la Astronomia, desde el punto de vista religioso. Y en algunos documentos encontrados se les consideraba adivinos e interpretes de sueños. Se les llamo Magos del griego<> que significa estudioso de las ciencias naturales. Reyes porque eran usados para administrar los reinos. O Sabios por el afan de estudiar las cosas del mundo en materias como Teologia y Astronomia.
En el Nuevo Testamento el evangelista San Mateo habla de ellos: "Habiendo nacido Jesus en Belen de Judá, durante el reinado de Herodes, vinieron unos magos de oriente preguntando:
"Donde esta el Rey de los Judios que ha nacido ?, porque hemos visto su Estrella en el Oriente y hemos venido a saludarlo.
El calificativo de Reyes se la dio por primera vez en el siglo VI San Cesareo de Arles, producto quiza de su interpretacion de un Salmo que dice: "Los Reyes de Tarsis y de las costas traeran presentes; los reyes de Sabá y de Seba, ofreceran dones. Todos los Reyes se postraran delante de El...".
En las pinturas de las catacumbas aparecian caracterizados con larga tunica y un manto echado hacia atras, con las piernas cubiertas, en algunos casos con apretadas polainas, como los antiguos Persas. Lo que hace suponer que eran de Persia. Y no traian atributos reales, pero andando el tiempo se les cambio la cabeza de los astrologos por la corona real, probablemente porque la palabra mago tenía un sentido despectivo.
Segun la tradición Cristiana, despues de adorar a Jesús, se dedicaron a predicar la palabra de Cristo, fueron consagrados obispos y murieron como mártires en el año 70. Sus supuestos restos fueron encontrados en Palestina por el Rey Constantino, quien los llevo a Constantinopla. Despues en las primeras cruzadas, fueron llevados a Milan, Italia, hasta que en 1164 el emperador Federico Barbarroja los regalo al obispo de Colonia, en Alemania. Este mando construir Monumentos Goticos más preciados de Europa.
Gaspar: Joven lampiño y rubio . Su regalo es el incienso que representa la naturaleza divina de Jesús y su vocacion sacerdotal.
Melchor: Un anciano blanco con barbas blancas pobladas. Su regalo para jesús es oro representando su
naturaleza real.
Baltazar : De raza negra y barba espesa. Su regalo a Jesús es Mirra, que representa su sufrimiento y muerte futura.
Isaias dice: "Multitud de camellos te cubrira; dromediarios de Madian y Efa; vendran todos los de Saba; traeran oro e incienso, y publicaran alabanzas de Dios"

viernes, 3 de diciembre de 2010

EL PEQUEÑO ABETO

En un apartado bosque, entre los arboles grandes y fuertes, se erguia un pequeño abeto.
Pero en la espesura, el arbol que mas se destacaba era un robusto roble, en una de cuyas ramas vivia una vieja lechuza que conocia el abeto desde que era pequeño. Sentia por el un gran cariño y cuando una bandada de pajaros vino a instalarse en el roble, la lechuza , les aconsejo se acomodaran en el abeto. 
Los pajaros se burlaron diciendo:-¡ Estas loca lechuza! Es un arbol pequeño y sus ramas son muy debiles !.
Al cabo de un tiempo aparecio una familia de conejos, que se dispuso a instalarse debajo del abeto ; pero al pensar que lo derribarian en cuanto empezasen a cavar, se marcharon.
Luego, llego el otoño y vinieron los leñadores. Cuanto hubiese deseado el enano abeto que lo transplantaran y lo llevasen lejos a conocer el mundo . Mas los leñadores, tras de probar la
resistencia de sus ramas, siguieron de largo. Con el consuelo de su amiga lechuza, el abeto siguio esperando.
Su tronco fue haciendose mas fuerte y mas alto , y sus ramas se extendieron como brazos generosos. Asi paso el tiempo y llego el proximo otoño. Volvieron al bosque los leñadores  y ya iban a seguir de largo, cuando la lechuza lanzo un ronco silvido.
Los hombres levantaron la vista y repararon en el abeto.
Ese abeto... ¿ no te parece que serviria ?-  dijo uno de los leñadores a su compañero.
Y cortaron el abeto, llevandoselo en una carreta, juntos con otros arboles.
Al fin sere util - penso el abeto, mientras su amiga la lechuza lo despedia con un alegre silvido. Anduvo la carreta largo camino, hasta que se detuvo frente a una hermosa mansion. Uno de los leñadores toco la puerta y como el dueño salio a abrir, le dijo aquel:- Aqui traemos el abeto para la fiesta. Es pequeño y hermoso como querian los niños . El arbolito fue llevado al salon, lo
metieron en un gran tiesto y las señoras adornaron sus ramas con luces y juguetes y, en lo mas alto colocaron una brillante estrella de plata.
Los niños cantaron hermosos villancicos a su rededor, mientras sus padres los contemplaban felices.
-Es el arbol de Navidad mas hermoso que jamas hayan tenido los niños dijo la mama. Entonces el pequeño abeto sintio que bajo su fino tronco le latia alegre el corazon.

EL ARBOL DE NAVIDAD

Cuentan que en la noche de Navidad, cuando nacio el niño Dios. Todas las plantas, aunque el invierno era crudo se vistieron con sus mejores galas. Que hermosos lucieron entonces, revestidos de nieve y flores, los rosales, claveles y margaritas y aun los cerezos y manzanos ; mientras en el cielo los angeles cantaban:
"Gloria a Dios en las Alturas y Paz en la tierra a los hombres de buena voluntad ".
Lo mismo que ahora, en la Navidad de hace 2,000 años la naturaleza estaba de fiesta: ¡Era la primera que celebraba el mundo !.
Sin embargo junto a la gruta de Belen , se erguia un abeto que no parecia, mostrar su alegria . El arbol estaba triste. ¿Saben por que ? Pòrque el abeto no tiene no tiene flores. El pobrecito se sentia  apenado, pues, no podia adornarse como los demas arboles.
-¿ Porque estas triste ?
¿Porque no te alegras como las demas plantas? le pregunto un angel radiante de Luz.

-Porque no tengo flores con que ataviarme, respondio a media voz el abeto. Asi, como estoy, no puedo expresar mi alegria por el nacimiento del Redentor. Entonces, el angel ascendio muy alto, muy alto... Al poco rato volvio cargado de mil luceros. Volo por encima del abeto y los dejo caer sobre sus ramas graciosamente . Las Estrellitas se posaron temblando en ellas y alli quedaron, adornando el primer Árbol de Navidad.

Band Aid - Do They Know its Christmas 1984


Band Aid - Do They Know It's Christmas (Subtitulada)